sábado, 1 de diciembre de 2018

Albert Camus: LO STRANIERO

A saber dónde me lo encontré.
En realidad, de este ejemplar
sólo leí el prólogo.
Lo escuché en castellano mientras manejaba,
por estos días.


Hace unos días acabé de "leer" El extranjero mientras manejaba de casa al trabajo y del trabajo a casa, audiolibro en italiano subido a YouTube mediante. Qué memoria de pájaro que tengo, incluso me había olvidado de que le había escrito ya un post a esta novela hace unos meses. Y sí, ahora estoy bastante seguro de que leí hace veinte años El extranjero.
¿Dónde me lo encontré?
Lo estoy leyendo, actualmente.
Muy inteligible, la verdad


En un momento de máximo hastío ante los personajes creados para ser cuidadosamente imposibles, me cruzo con la novela de Camus, y se me desestabiliza el exasperado intolerante posmo que todos los generación X llevamos dentro del alma, entre las costillas. Camus sabía lo que se hacía.

Meursault no sólo es imposible, también es impredecible. Cuando comenzamos a creérnoslo, a sentirnos dispuestos a prever sus jugadas, su gestualidad nos deja una vez más al borde de la boca abierta. Y sí, literatura del absurdo y su filosofía, pero hay algo más. Meursault lo resiste todo. Meursault lo resiste todo. No sé ustedes, pero a mí eso me tranquiliza. Es bueno saber que andaba por ahí. Meursault. Tomándose la vida con calma.

Tengo en casa una edición en castellano y otra en francés. La edición castellana, publicada en España en 1958, años de plomo. El prólogo es más que interesante, no lo comparto plenamente, pero un respeto. Lo firma una tal M.ª Ángeles Soler, que quizás sea esta señora, pero a saber. Lo fascinante del tema, en todo caso, es cómo consigue meterlo a Dios al final de todo, y juraría que así hacían las cosas quienes conseguían sortear la censura. Todo el prólogo que acaba de escribir es la refutación de la imprescindibilidad explicitada del Dios encajado al final, pero cuela. Y pasa. En 1958.

El narrador no es nada confiable, pero eso no es nada nuevo. Y el de verdad, el de carne y hueso, tampoco. En los momentos en que se pone agresivo, la agresión sale de lo explicitado, y nos enteramos después de lo que ha pasado. Meursault es un extraño a sí mismo cuando pierde el control, o al menos eso es lo que quiere hacernos creer. El día que acaba asesinando a un tipo, ya sabíamos desde hacía rato que le dolía la cabeza, y eso nos sugiere algún tipo de problema mental que los acontecimientos subsiguientes no hacen más que confirmárnoslo. En este sentido, Camus nos va soltando pedacitos de realismo bien espesos, que no podemos obviar.

Y no hablemos de la ambivalencia que se siente hacia Meursault, a medida que se lo va conociendo. El tipo es un monstruo moral, y el juicio al que es sometido es una horrenda injusticia y la sociedad protegiéndose a sí misma, a un tiempo. El juez lo llama cariñosamente señor Anticristo.

¿Es un héroe, Meursault? Quizás sí, quizás no, quizás a su manera, quizás ni eso. No hay forma de saber por qué se mantiene, a su manera, fiel a sí mismo hasta el final. Acaba reconciliándose con el mundo, el mundo físico, haciéndose uno con eso, al mismo tiempo que proclama su necesidad de ser odiado por todo el mundo. Más o menos como el vendedor de drogas de American Beauty, cuyo amor lo reserva a una bolsa que da vueltas mientras la filma, pero de ahí no pasa.

Imprescindible, pues, El extranjero.