domingo, 10 de febrero de 2019

Jeff Kinney: DIARIO DE GREG. UN PRINGAO TOTAL

Es de mi hijo.
Fue un regalo de cumpleaños.
No sé si se lo regalamos nosotros o fue regalo de alguien, creo que lo segundo, pero este libro es de mi hijo desde hace varios años. Ahora, los está leyendo y devorando mi hija, enganchadísima. Suelo leer, al menos, el primer libro de la serie de cosas que le guste leer a mis hijos, y este es el último con el que me he metido.

El Diario de Greg es un El pequeño Nicolás revisitado por un gringo mucho después. El segundo es el que me tocó leer a mí cuando era niño.

El humor de este libro está bien, la escritura es ágil y los dibujos son muy simpáticos. Si mis hijos han estado encantados de leerlos, por mí perfecto.

Hace unos días compré los cinco primeros volúmenes
en inglés a una librería en línea de Inglaterra,
Reino Unido, Gran Bretaña o de por ahí.
Muuuuuuy baratos, la verdad.


De piedra me dejó leer los "morons" y los "sissys"
en un librito de literatura infantojuvenil.
Se ve que me hacen falta toneladas de input de ese,
para no quedarme boquiabierto y babeando a la primera.
Por no mencionar nada de los phrasal verbs, God damn them.



Fácil imaginar el mensajito furtivo sin que la seño se de cuenta.
La taquigrafía primaria y la ortotipografía laxa,
encantadoras, por supuesto.

viernes, 8 de febrero de 2019

John Boyne: The Boy in the Striped Pyjamas

Me lo encontré en un Corte Inglés,
nuevito y coleando.
Muy bien de precio, la verdad.
Me encontré con una edición en inglés de este librito, obra y gracia de Oxford Press, y me lo compré. Tenía pánico de haberme comprado una edición facilitada, y leer una y otra vez que era una unabridged edition realmente no me decía nada hasta hace muy poco, pero bueno, resultó que el texto era integral.

Me parecía sospechosamente inteligible, la verdad. La última experiencia más o menos parecida, así, la había tenido con The Old Man and the Sea, pero el libro del irlandés es todavía más comprensible. O quizás es que he madurado.

Es una lectura que lo expone a uno a variados golpes duros (que no bajos), como no podría ser de otra manera si se escribe acerca del Holocausto. Qué hijos de puta, los alemanes. Cómo disfrutaban torturando niños y esas cosas, los mierdas.

Parece que fue escrito como literatura juvenil, pero a mí que soy cuarentañero también me funciona, la verdad. El narrador cuenta en tercera persona, pero su mirada está bastante mimetizada con la del niño que protagoniza la historia, por lo que en mi opinión está más que justificado el aproximamiento tan indocumentado y dubitativo al horror del Holocausto. El niño no tiene ni idea del horror, y no está en condiciones de creérselo. A medida que avanza la historia, y ya sobre el final, el narrador asume la mirada prácticamente simultánea de los dos niños: de Bruno, el hijo de mandamás de Auschwitz, y de Shmuel, el niño judío con el que entabla una relación de amistad. Y no es casual, nos hemos ido acercando a Shmuel desde hace páginas y páginas, desde que era apenas un punto perdido un poco más acá del horizonte.

El final es tremebundo, como no podía ser de otra manera. La atroz inocencia de los protagonistas, su impenetrable ignorancia, arroja una luz sobre la historia que lo pone todo en foco, porque somos nosotros los lectores los que tenemos que darnos cuenta de lo que pasa, y es inevitable.

Hay quien dice que esta novela obligaría a los padres a tener que explicar a los hijos qué fue la Shoa. Quizás. Lo cual no es un pecado, por otra parte. Todo hay que explicarlo y aprenderlo, porque así funciona ser personas.