miércoles, 24 de agosto de 2016

Joanot Martorell: TIRANT LO BLANC

Comprado en la París-Valencia.
Ni juzgar libros por su cubierta ni reseñarlos antes de leerlos, no puede estar más claro el asunto. En rigor, aún lo estoy leyendo el Tirant lo Blanc, pero en la versión en dos volúmenes de Edicions 62. Lo que tengo ganas de contar es, más o menos, la historia del librito de tapas celestes que ilustra esta entrada. La historia de un volumen en concreto.

Ya no lo tengo más. Comparando ambas ediciones, es una copia de la de Edicions 62, pero sin que esto quede consignado por ningún lado. Es uno de esos libros que se venden o regalan junto a un periódico, creo que lo regalaban con El Mundo. En fin. La cuestión es que ya no lo tengo, era uno de tantos libros que llevé a Perú para ver si los cambiaba o vendía y así financiarme un poco una buena recolecta de literatura del país, que cuando la compro con envío me sale muy caro.

¿Qué será de mi librito? ¿Ya lo habrán vendido? Me desprendí de él, en una venta insólita, improbable, en un puesto especializado en libros de idiomas del mercado del jirón Amazonas. Cambia el país, cambia el hemisferio, pero los libreros de viejo son piratas en todos lados. Mi sudor me costó hacerme con los libritos peruanos que me interesaban. Por más que lo intenté, no conseguí más que el típico 2x1, casi siempre entregando a cambio ediciones de Cátedra. 

De todos modos estoy contento. Me traje todo lo que me faltaba de Congrains, un Lima la horrible, una La casa de cartón, libritos de Albújar, Ciro Alegría, Jaime Bayly y Bryce Echeñique, entre otros. Algunos comprados, otros cambiados y otros regalados. Incluso conseguí una vieja edición de Columba de El "Martín Fierro" de Borges.

¿Pero qué será de mi librito? Cuando volvíamos con mis cuñados, que me acompañaron y guiaron por Lima (también visitamos las librerías del jirón Quilca), nos reíamos imaginando su destino: acompañar al librero que acababa de comprarlo por 10 soles (unos tres euros) hasta el final de su carrera profesional, hasta el mismo día en que se jubilara, como una marca, un escarnio ante su mal sentido para los negocios. Porque vamos, ¿a quién se le puede vender, en Lima, un ejemplar en valenciano antiguo del Tirant lo Blanc, incluso a pesar de su acentuación y puntuación modernas? ¿Eh? ¿A quién? 

El librero me preguntó, lo recuerdo bien, si la novela estaba escrita en francés. Yo le contesté que no, le dije que estaba escrita en catalán, mientras ponía mi mejor cara de poker y ponderaba si el librero estaba ponderando si no estaba escrito en algo así como francés antiguo, porque vaya uno a saber. Yo mismo, hace unos quince años, pregunté una vez a alguien que hablaba en catalán si estaba hablando en francés, y lo pregunté con la casi seguridad de que estaba preguntando una burrada, una extraña burrada. Todo vuelve, vigas y ojos y esas cosas.

¿Ya tendrá un nuevo dueño mi Tirant lo Blanc de tapas celestes? ¿Alguien lo estará leyendo, lo estará maldiciendo, lo habrá dejado con infinito fastidio sobre algún mueble, dentro de algún contenedor de basura? ¿Alguien habrá intentado desprenderse de él como de una cosa maldita, una compra absurda e impulsiva, porque a quién se le ocurre intentar leer semejante mamotreto que casi  puede entenderse pero que, en definitiva, quién lo entiende?

Los regalaban en una biblioteca.
No lo sé. Yo, mientras tanto, sigo leyendo mis hasta diez capítulos por semana de mi edición catalana de tapas amarillas y de dos volúmenes.  A veces leo más, a veces leo menos, a veces me lo paso bien, a veces no. Supongo que como todos.


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