lunes, 10 de octubre de 2016

Enrique Congrains Martín: "DOMINGO EN LA JAULA DE ESTERA"

Comprado en Todocolección.
Concuerdo con su autor, el escritor peruano Enrique Congrains Martín, que consideraba que "Domingo en la jaula de estera" es su mejor cuento. No apareció ni en Kikuyo ni en Lima, hora cero, sino en una antología de cuentos peruanos editada por él mismo en Buenos Aires, primero, y después en otras, supongo que la más significativa de ellas la que recopiló Abelardo Oquendo para Alianza, que es la única versión de este cuento, si es que difieren entre ellas, que tengo yo.

"Domingo en la jaula de estera" no tiene nada que ver con "El niño de junto al cielo" más allá de su destino común antologizado. Su realismo sucio e incisivo lo hace inconsumible, lo expulsa del canon de la literatura escolar, algo que no sucede con ese otro gran preferido de docentes de literatura y editores en el Perú, cuya sordidez no puede espantar a nadie, por moralizante.

Si es cierto, como dice Piglia, que un cuento siempre cuenta dos historias, la segunda de éstas tiene que ver con la búsqueda de la dignidad. Congrains, qué duda cabe, es un gran creador de personajes femeninos. Los sabe dotar de verdad tanto en el cuento como en la novela, y lo consigue con pinceladas maestras, como en "Los Palomino", o con la acumulación de detalles y contradicciones, como su Maruja, la protagonista de No una, sino muchas muertes.

La verdad de sus personajes femeninos se impone, incluso, a lo que el escritor juzgaba como la propia imposibilidad de la existencia misma de esos personajes. Congrains sentía debilidad por hacer funcionar la dignidad en sus personajes femeninos. Una dignidad que presentaba mil ropajes de la rebeldía, algunas insospechables, otras imposibles, casi siempre tomando riesgos. En "Domingo en la jaula de estera" la dignidad de su protagonista se construye a partir de una rebeldía imposible e insospechable, hasta tal punto, que el comienzo del cuento, que apunta a la segunda historia, es incomprensible:

Rosa volvió a mirar la amarillenta tira de papel puesta sobre el cajón que utilizaban como mesa de noche.

—Siéntate —le pidió Juan, haciéndole sitio en la tarima.


Rosa se sentó junto a él, y entonces el maullante gato de su respiración y la miserable tira de papel fueron una misma cosa: desde hacía horas que la amargura imponía su ruinoso orden aniquilante.

No es sino hasta el final que uno puede entender qué es esa tira de papel, qué significa para Rosa y qué rebeldía desencadena, ferozmente individual, íntima a pesar de la destrucción de su intimidad, y nutrida de acción.

Dignidad en acción, es decir, rebeldía.

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