sábado, 26 de noviembre de 2016

Toni Mollà: MANUAL DE SOCIOLINGÜÍSTICA

Éste lo compré en una
librería. ¡Nuevo!

1.


Hace unas semanas la diva argentina de las comidas televisadas, Mirtha Legrand, lo tuvo en la mesa a Jaime Durán Barba, el asesor político clave de Mauricio Macri, un oligarca chantapufi que ahora es presidente del país.

Yo el programa no lo vi. Ni en directo ni después por Internet. Sí que vi aquí y allá algunos fragmentos de ese día que fue Durán Barba y de uno posterior, en el que la Chiqui comenta con ironía asqueada que a Durán Barba no lo entendía porque hablaba como el Chavo, a lo que uno de sus invitados macristas acotó, instantes después, que el ecuatoriano hablaba "con ese acento". Sin necesidad de mayor redundancia.

Mirtha Legrand, qué duda cabe, es una mujer de mundo. Una señorona bien como la copa de un pino, pero hace décadas que no vive en una burbuja, si es que alguna vez estuvo dentro de una. Sin embargo, se cruza con un ecuatoriano que no ha tomado las debidas precauciones a la hora de componer su discurso, y parecería que hay algo que es más fuerte que ella y que la puede. Durán Barba, a pesar de que podría llenarse un rollo de papel higiénico (sí, el tipo hace muchas cagadas) con sus titulaciones académicas, no es más que uno que habla como el Chavo. Y que tiene el "pelo color charol" y lo que se deriva de semejante señalamiento físico cortesía del periodista macrista.

¿Por qué Durán Barba no toma las debidas precauciones cuando habla? Qué sé yo. En mi vida de inmigrante he podido descubrir más o menos por ósmosis que los que nos vamos de nuestro país con una mano atrás y otra adelante en seguida adaptamos nuestra forma de hablar a los usos locales, mientras que los argentos con los que me iba cruzando que tenían una posición económica que les permitía tener negocios propios y empleados casi no hacían ningún esfuerzo para adaptarse o, siquiera, ser entendidos. Cuando hablo del tema suelo ponerlo de ejemplo a Messi mientras recuerdo, o no, a dos jefes argentos muy hijos de puta que tuve y que hablaban como recién salidos de un tango.

Si uno busca al "chulla Durán [y] Barba" por Internet parecería que a nadie se le ocurrió jamás burlarse del politólogo homologándolo al personaje de Jorge Icaza, el chulla Romero y Flores. Obviamente no se puede, Durán Barba no habla como el Chavo, pero desde luego no es engolado. Seguramente es consciente de que su forma de hablar lo expone a un desprecio que tiene una raíz tanto de clase como étnica, pero no parece importarle ese handicap que otorga a interlocutores y críticos. Obviamente, no tiene nada que demostrar a nadie, y exponerse al desprecio de las señoronas bien y de gente de su calaña puede ser para él, ¿por qué no?, un secreto placer condescendiente y burlón.

2.


Esta foto no viene a cuento,
lo sé, pero es que estoy
tan contento de tener
este libro en casa...

Mi ejemplar del Manual de sociolingüística de Toni Mollà está subrayado y anotado como si no existiera un mañana. Desde que leí a Unamuno asegurando que él jamás escribía nada en sus libros suele asaltarme una sensación un poco penosilla cada vez que dejo en las páginas de cualquier libro las pruebas de mis más hondos sentimientos (sorpresa, asco, odio, empatía, admiración, desprecio, aburrimiento, acuerdo, desacuerdo, sed de saber, orgullo, esas cosas). La sensación penosa se acrecienta, en verdad, cuando retorno a libros estudiados hace mucho y me cruzo con las estupideces que solí anotar en ellos. Unamuno me mira desde los cielos y no puede o no quiere disimular su sonrisa burlona, seguramente lo segundo. En definitiva, anotar los libros puede ser otra forma de pasarse de listo. ¿Y qué es pasarse de listo en un libro? Para poner un ejemplo, consiga usted, esforzado o desocupado lector, un ejemplar de Pulp Fiction (yo tengo en casa el que editó el periódico Las Provincias hace algunos años) y fíjese en esas cosas que, finalmente, Quentin Tarantino no introdujo en la película. Sí, efectivamente, allí donde el Tarantino escritor se pasaba de listo, el Tarantino director de cine le dijo que por ahí, ni agua.

En fin, mi Manual... está bastante fatigado por mis anotaciones, tiene incluso un índice temático de mi puño y letra que ocupa la retiración de tapa y la primera página, la que siempre está en blanco y que se llama guarda. Como le suele pasar a los diletantes (o porque Dios así lo manda o porque ése es el karma de los libros de estudio) las primeras páginas de mi libro están bastante más rallajeadas que las últimas. Odio comprar un libro de segunda mano y encontrármelo así, me parecen una ventana a la inconstancia, a la banalidad de un desconocido por quien doblan las mismas campanas que por mí, y maldita la gracia. Pero la cuestión es que poco me acuerdo del librito, no me ha quedado más que un pozo de conocimiento sociolingüístico que me arma más técnicamente la guardia frente a muchas cosas pero que no es de los que se pueden citar de memoria.

En fin, supongo que porque leí a Toni Mollà (y también a Jesús Tuson, aparte de los estudios que tuve que hacer para sacarme la Capacitació per a l'ensenyament en valencià de la Conselleria, por no hablar de la asignatura de Sociología de la Educación que me puso en contacto con los códigos restringidos y elaborados de Basil Bernstein y esas cosas) es que el mal olor de la discriminación que adopta formas lingüísticas me salta a la cara con la misma virulencia que antes, pero un poquitín más sistematizado.

De todos modos, del libro me acuerdo poco, la verdad. Me parece que tendría que volver a leerlo...

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