domingo, 23 de abril de 2017

Bret Easton Ellis: AMERICAN PSYCHO

Lo regalaban.

Yendo por la mitad del libro


Se me hunde en la noche de los tiempos la memoria de una reseña que leí, hace más de 15 años, seguramente en Página|12 (aka Página/12), quizás en el suplemento Radar. Habrá sido para la época que se estrenó en la Argentina la adaptación cinematográfica tan contundentemente protagonizada por Christian Bale. ¿Qué circunloquios se me activan con esta novela, que me sigo acordando de detalles de su reseña, de su atención a las interminables retahílas de marcas, a los textos comerciales que acaparan expeditivamente la voz del narrador en primera persona? Andá a saber. Está claro que la reseña de Página me dejó cualquier cosa menos indiferente. Recuerdo que el crítico llegaba a expresar su hastío ante los listados. Y sí, llegan a agotar.

Lo que está claro, de todos modos, es que ya en 2005 el escritor se preguntaba "¿Qué queda por decir acerca de American Psycho que todavía no se haya dicho?". Lo cual, señalado en 2005, parece una verdad kartesiana. Hasta que se lee el artículo y se ve que sólo es una pregunta retórica dicha por alguien que es muy listo y escribe muy bien. Pero de ahí a asegurar que se me ocurrirá algo nuevo sobre esta novela...

Ahora mismo, lunes 17 de abril de 2017, voy por la mitad del libro. Quizás me lo acabe antes de llegar al domingo, quizás no. El protagonista, Patrick Bateman, es siniestro, qué duda cabe. Agobia su obsesión por las marcas, y no me veo más desahogado en ese sentido en el buen par de cientos de páginas que me faltan para acabarla.

Hay varios elementos que le dan unidad al relato, y que aparecen una y otra vez: las marcas y los linyeras, bastante sistemáticamente. Las prostitutas y las mujeres descritas como "tía buena" (en mi traducción gallega, algo menos), también. Y también los restaurantes.

Todo lo que  se repite acaba convirtiéndose en una alegoría o en parte de ella. Ahí lo dejo, que lo habrán explicado mejor que yo innumerables veces, ya.

¿Me está gustando lo que leo? La verdad es que, a pesar de las enumeraciones que ralentizan la lectura (y que intento leer muy por encima después de 200 páginas), la narración se sostiene. Todo lo que pasa por fuera de las descripciones tiene mucho ritmo, y el autor es preciso a la hora de generar ambivalencia hacia el protagonista. A momentos en los que comienza a dar pena le suceden otros en los que vuelve a dar asco; a momentos en los que es fácil chapotear en la envidia, otros en los que parece imposible no sentirlo a la altura de los propios zapatos. Y los capítulos o secciones o como se llame suelen ser relativamente cortos, lo suficientes para no dejar ninguna escena a medias si se lo lee antes de dormir o en un viaje en transporte público.

La historia avanza a piñón fijo, eso está claro. Siempre hacia adelante, cuidadosamente enredada con los trompicones que da el narrador para contar su propia historia, a salto de mata entre lo onírico, la furibunda puerilidad, la mirada siempre puesta en el dedo, que no en la Luna.

Ya vi la película, y por varias veces, desde hace unos cuantos años. Las escenas míticas, como la de las tarjetas de visita o las charlas sobre medias, zapatos y cinturones, son grandiosas también al ser leídas. El tipo sabía muy bien lo que escribía, si pensaba en una adaptación cinematográfica. Y hubiera sido maravilloso verlo a Tom Cruise haciendo un cameo de sí mismo en la peli, pero no pudo ser. Y no me sorprende, si me preguntan, si también puedo hacer como si conociera la psicología y motivaciones de los famosos, como hace todo el mundo.

 El tipo sabe cómo contar una historia, qué duda cabe. Hay un crescendo y una evolución de situaciones que, como lector, agradezco profundamente al mismo tiempo que me producen algo así como desasosiego y desconfianza, como ante a cosas que quizás se le fueron ocurriendo y que lo fueron salvando durante el proceso de escritura. Pero andá a saber. Lo que está claro es que el prota, a medida que avanza la historia, se vuelve más y más sincero, a la par que desquiciado. Y esos elementos que van apareciendo, por ejemplo su comunión con las cosas o los animales, quizás tengan que ver con ello. Si al principio el prota está obsesionado con las marcas de todo lo que lo rodea, al cabo de 300 páginas puede sentir la pesada respiración de un perchero (¿verdad que hace acordar al erizado estremecimiento de los alfileteros de Onetti?). Si al principio uno sospechaba que sus siempre lujosas y cuidadosas ingestas en restaurantes de lujo iban alternadas cada tanto de pedazos de sus víctimas, al cabo de esas 300 páginas lo cuenta sin prurito ni ánimo espantaburgueses. Todo se desquicia en AP. Todas las obsesiones del prota, sus memeces sórdidas y frívolas, muestran dos caras. Si al principio ve a sus semejantes como a cosas (los vagabundos, las mujeres), 300 páginas después él mismo se ha cosificado hasta horrorizarse a sí mismo. Él es su propio retrato de Dorian Gray; aunque su fealdad, como él mismo se reconoce a sí mismo, se ha concentrado en su interior.

Leer American Psycho es una forma tan buena como cualquier otra de aprender a escribir una novela.

Ya me lo acabé


Y entonces, como me pasó anoche, llega un momento en que acabás la novela. Te quedás pensando, recordás que se parece bastante, en general, a la peli que viste tantas veces, y que las dudas que generaba la peli son reflejo, aunque menos sabio, de las que genera el libro. Efectivamente, resulta que uno, Harold Carnes, que ni siquiera sabe que está hablando con el prota sino que lo confunde con un tal Davis, le suelta el bombazo de que ha cenado con Owen hace unos días en Londres. Varias veces. Y a Owen, supuestamente, lo había matado hacía un buen puñado de cientos de páginas.

Los personajes, pues, se confunden entre ellos todo el tiempo. Eso es algo que también se repite, por lo que es también una clave interpretativa de todo el texto. De hecho, una de las últimas descripciones del prota, que sabotea todo lo que hemos ido pensando sobre él todo este tiempo, es enunciada por este personaje que ni siquiera sabe que está hablando con Patrick Bateman (si es que realmente ese es su nombre o si importa ya si lo es o no). Pero, curiosamente, hay algo que le hace pensar a uno que el tal Harold Carnes no puede estar equivocado. Es como una tabla de salvación creerle todo a pies juntillas, aunque no sabe ni de quién ni con quién está hablando. Y es que Carnes te tira por la cabeza una solución y un respiro: Bateman está loco y todo ha sido una fantasía, jamás ha matado a nadie, lo más cerca de ser un asesino que ha estado este tipo, y ya le vale aunque al ministro Fernández Díaz le parezca poco menos que ETA, es con los numerosos abortos que ha pagado.

Pero no nos engañemos. Lo último que podemos leer antes de acabar la novela es la inscripción "ESTO NO ES UNA SALIDA" sobre una puerta falsa.

PD) 

Búsquedas en Internet me muestran lo obvio, que pensar en El retrato de Dorian Gray o en El arte más íntimo cuando se piensa en American Psycho está a un paso de distancia. No sorprende.

Entonces, ¿qué pasa con El arte más íntimo? ¿Por qué ésta sólo es reverenciada por iniciados, mientras que AP es lo que ha llegado a ser? ¿Es algo fácil de responder, tengo que ir a lo más obvio y conformarme, o hay algo más?

A mí me parece que AP, de alguna manera, te deja a salvo. Nada parecido sucede en la novela de Poppy Z. Brite. Y, encima, ganan los malos, que en el fondo no han sido construidos como peores (con todas las bastardillas que se quieran) que el lector. En cambio, cuando uno deja a su suerte a Patrick Bateman, el personaje está acabado, es un pelele en vías de descomposición. Uno es mucho, muchísimo mejor que Patrick, y eso te tira una catarsis grande como una casa, lo que se agradece. Y si a esto le sumamos el que la historia de Poppy Z. Brite está protagonizada por homosexuales que han salido del armario y que hacen cosas, sí, Peter, cosas homosexuales, pues que hay más números para la marginalidad.

Quizás el estilo de AP ayude a su difusión. Consultando aquí y allá algunas partes en versiones sin traducir, pude comprobar que es bastante accesible incluso para un tipo como yo, que casi no domina el idioma. No sé qué tal habrá escrito Poppy Z. Brite su novela, pero seguramente eso también es algo que hay que tomar en cuenta. En fin.

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