domingo, 28 de enero de 2018

Laura Ingalls Wilder: LITTLE HOUSE ON THE PRAIRIE

Lo conseguí en una casa de empeños.
Hace un rato terminé de leer Little House on the Prairie en una versión adaptada por Oxford. Es claro desde el principio por qué este libro ha sido tan inspirador, por qué tantas generaciones han seguido fascinadas las aventuras de la familia Ingalls, tanto en su versión original como, posteriormente, en la serie de TV.

Little House on the Prairie es una novelita de aventuras en la que, al menos en mi versión adaptada, prácticamente en cada capítulo la familia Ingalls se enfrenta a un grave peligro o contrariedad y encuentra la forma de salir bien librada. Al capítulo 6, en el que la familia Ingalls casi acaba diezmada por una epidemia de malaria, le sigue el capítulo 7, en el que las hermanitas reciben in extremis su regalo de Navidad gracias a Mr Edwards, un vecino que cruza a nado un río cercano, en pleno invierno, para poder acercárselos, contándoles que papá Noel le encargó hacerlo porque está ya muy viejito para hacerlo por sí mismo. Bastante antes, habían salido bien librados de una manada de lobos que los acechaban por fuera de la casa a medio construir, sin puertas ni ventanas. Antes y después, las inquietantes y muchas veces indescifrables visitas de los indios de la zona, quienes surgen como oponentes pero que acaban jugando en la historia un papel clave, profundo y nada maniqueo.

La autora es la protagonista de la novela, que no de la aventura (Pa acapara este rol, casi siempre es el que encuentra las soluciones si éstas necesitan de brazos fuertes, corazón ancho y un poquito de astucia o habilidad. Pero su lugar es misterioso, porque es la autoridad indiscutida).

Laura Ingalls, contándose a sí misma en tercera persona, es quien acaba mostrando su alma y sus incógnitas. Su corazón bate con fuerza cada vez que suenan los tambores indios a la noche, y si le preguntan por qué deseaba tan desesperadamente quedarse con un bebé indio que pasaba llevado por su madre durante un éxodo hacia el oeste de las tribus cercanas, apenas puede articular que "sus ojos eran tan negros...", llorar, y no poder siquiera explicarse a sí misma qué había querido decir. Mientras, la Laura Ingalls adulta, la que escribe la historia, no deja de señalar el porte de los indios, su piel perfecta y salvajemente bronceada, su habilidad para dejarse ver sólo cuando se les antoja, el brillo de sus ojos y lo espectacular de sus atuendos, cuando los llevan. En un Estados Unidos donde la segregación manda, el fascinado terror que los indios despiertan en Laura debía sonar a sacrilegio (me encantaría saber si Little House on the Prairie tiene su El somriure dels sants que así, a bote pronto, se me antoja inevitable...).

Me encantaría saber, además, si la elección de Laura Ingalls como protagonista de la novela no tiene toda la intención de que lo inaceptable sea asumible, porque son sólo tonterías de una niña. A saber.

Éste es otro de los libritos adaptados que, si alguna vez lo encuentro en su versión integral, estaré encantado de volver a leerlo.

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