Iberlibro y Todocolección, respectivamente. |
Acabo de volver a leer No country for old men, ahora simultaneándolo con una versión en castellano, porque me hacía falta, la verdad, después de aprobar raspando el primero de C1 de inglés este año.
Me resulta de lo más gratificante este tipo de lecturas a dos lenguas. Tengo conmigo, también, The Road, que leeré junto a una traducción al catalán que me salió casi regalada en TodoColección.
A vueltas con la culpa
Es difícil no empatizar y simpatizar con Ed Tom Bell, el sheriff. Y eso es precisamente el motivo por el cual cuesta tanto aceptar que no lo hace nada bien. Si su trabajo es proteger y servir, o como se diga en Texas, su nula predisposición por entablar una real colaboración profesional con otros policías es clave para comprender por qué deja que se le escape Moss de las manos el tiempo suficiente para que acaben liquidándolo. Porque el agente de la DEA está desesperado por colaborar con él, que funcione una sinergia en la que la DEA pone la formación y los recursos, y el sheriff el conocimiento del terreno y las personas. Pero eso nunca sucede, porque Ed Tom Bell agota su buena predisposición en saludarlo, y después lo evita sistemáticamente.
El sheriff es un personaje atormentado por la culpa, nos enteramos sobre el final de la novela. Siente que ha vivido una vida prestada después de escapar, deshonrosamente según él, de una muerte segura en un enfrentamiento durante la guerra, en Europa. Para más inri, siente que esa vida prestada es una mentira, porque lo condecoraron por ello.
Y lo curioso del caso es que Bell, aunque siente el peso de la derrota en lo que respecta a proteger a Moss y Carla Jean, su esposa, nunca es consciente de que él es responsable en parte de ello, por su mal trabajo policial. Es más o menos lo mismo que pasa con el guarda de la frontera, que decide seguir su instinto y dejarse de protocolos, y deja cruzar a Moss cuando, simplemente siguiendo un procedimiento, al atraparlo podría haberlo salvado.
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