Lo leí simultáneamente en inglés (Iberlibro) y catalán (Todocolección). |
Hace unos días terminé de leer The Road, de Cormac McCarthy. En un futuro postapocalíptico cubierto de cenizas y en el que solamente un puñado de seres humanos parecen haber sobrevivido sobre la faz de la Tierra a un acto de guerra que destruyó completamente la vida animal y vegetal, un padre y su hijo emprenden una larga marcha desde una zona fría de Norteamérica a alguna otra de clima más templado, y en la que pueda ser más fácil que este último pueda sobrevivir.
La novela está construida por fragmentos más o menos cortitos, a veces de un solo párrafo, separados por una línea en blanco. La historia se cuenta de manera más o menos lineal. Las pocas analepsis que hay sirven para completar el cuadro familiar, a la vez que muestran el porqué de la desaparición de la madre. Las pocas conversaciones que aparecen tienen la particularidad de que podrían ser, en muchos casos, intercambios dulces y afables o, al contrario, hostiles o ambivalentes. El padre y el hijo son dos seres humanos llevados al límite, ambos están traumatizados de todas las formas posibles por el desastre, físicamente destrozados y queriendo, todavía, vivir de acuerdo a unos valores propios que cada elemento y situación que los rodea pone a prueba.
A mí la forma en que está escrita la novela me gusta. Así, más o menos, escribí mi última novela en español y la que estoy escribiendo en catalán, aunque mis fragmentos son más grandes. Me alivia ver que la forma en que estructuro mis textos no es absolutamente solitaria, porque me cuesta escribir de otra forma.
Mucha cosa críptica al modo de Hemingway o Carver, y mucha reminiscencia griega, me parece a mí. En un momento se cruzan con un viejo esquelético, y el protagonista acaba preguntándose si no será un dios que quiere poner a prueba su afabilidad con los mendicantes, y me sonó completamente a La Odisea ―que estoy releyendo, ahora en la maravillosa traducción de Emily Wilson.
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