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viernes, 19 de mayo de 2023

Jerome David Salinger: The Catcher in the Rye

Creo que lo compré en Iberlibro.

Mi hijo me dice que yo esta novela ya la había leído y le había dicho que no valía la pena, pero yo estoy seguro de que acabo de leerla por primera vez, en mi edición de Penguin que se vanagloria, contratapa mediante, de que es la primera que se ha editado (o han editado ellos) en Inglaterra, o Gran Bretaña, o Reino Unido, o como sea o se diga, respetando la edición estadounidense. 

Disfruté mucho leyendo este libro en inglés, C1 en curso mediante. El protagonista, ambivalente, hace todo lo posible tanto para que no empaticemos con él como para que lo hagamos, y al final es agotador. Es la historia del hijo de un abogado neoyorquino, contada por él mismo, que narra, más o menos, los días posteriores a la última expulsión que ha sufrido de un colegio por su mal desempeño académico. En fin, podría convertirse en un Froilán, el muchacho, y no lo hace, por lo que tampoco es para que cueste tanto empatizar con sus desventuras.

El texto está lleno de esos paralelismos que hacen las delicias de los críticos, me parece a mí. Con tanta York Notes, SparkNotes o CliffsNotes que pululan por ahí, imagino, no soy original si señalo que parece que las vueltas a la calesita de la hermana del protagonista sobre el final son un paralelismo del deambular del mismo prota después de salir del colegio, dar vueltas para no llegar a ningún lado o al mismo sitio. En fin, cosas así me parece que hay varias. Las dos conversaciones con profesores son un ejemplo de ello, también.

¿Es una novela de aprendizaje, The Catcher in the Rye? No sé. ¿Aprendió algo? ¿Maduró a lo bestia? Es claro que está a punto de fastidiarse la vida y se salva. O sea, en definitiva, no suelta la mano a la vida de privilegio que lo espera. ¿Eso es aprender algo, ser el orgullo de cualquier Alquimista, de cualquier Zaratustra, de cualquier Demián? Bueno, no tanto. El protagonista empieza no sabiendo lo que quiere, pero queriendo ya, y después se da cuenta de que no tiene que ser ya. 

Es un narrador en primera persona que se las ingenia para que no quede claro, en general, por qué hace lo que hace, a pesar de que está todo el tiempo opinando sobre todo y sobre todos. Pero la historia va avanzando, y se las ingenia para seguir sorprendiéndonos de sus reacciones. 

¿Cómo se puede traducir el título de esta novela al español? Ni idea.

¿Me gustó leer esta novela? Sí, mucho. Además, me sirvió para incorporar vocabulario inglés, y Dios sabe que lo necesito si quiero aprobar la PUC que se avecina.


domingo, 30 de abril de 2017

Ray Bradbury: EL PAÍS DE OCTUBRE (y un poco de EL HOMBRE ILUSTRADO)

¿Qué me queda de El país de octubre? Me queda un poso o algo así de sabiduría o algo así. Bastante miedo a volver a leerlo después de, digamos, unos veinte años. Me queda un agotamiento con respecto a Bradbury después de haber intentado leer todo, absolutamente todo lo que había escrito, y quizás cansarme o decir basta en Las doradas manzanas del sol o en La bruja de abril y otros cuentos. También innumerables pedacitos de días en los que me acuerdo, vaya uno a saber por qué, del cuento "La guadaña", no de su nombre pero sí de cuál era la neda. Me quedan estos últimos días en los que pensaba en un cuento de una especie de demonio del viento que se la había agarrado con un tipo y que al final lo mata, y no me acordaba de que era de Bradbury ni de que era de esta colección, hasta que se me prendió la lamparita.

No me queda el ejemplar de Minotauro viejísimo, de cuando Minutauro era una editorial argentina, que teníamos antes de venirnos y que no sobrevivió a la mudanza internacional. Ahí se quedó, en Buenos Aires, vaya uno a saber con quién.

Eran cuentos oscuros los de ese libro. Sé que me gustaron muy a pesar mío, porque yo lo que quería era que Bradbury me contara cosas de ciencia ficción. Pero las historias eran poderosas, aparte de oscuras, y en su momento me encantaron. Ahora andá a saber; ya no puedo, como ayer, (re)leer sin presentir.

Hubo una época que se me dio por ponerle tapas hechas por mí a mis libros. Y ahí se fueron todos mis libros de Minotauro, la tapa a tomar viento (eran de un cartón malísimo que se rompía con el tiempo), y vengan tapas verdes y amarillas de cartulina que yo les hacía con tesón digno de mejor o igual causa. Supongo que mi El país de octubre, si sigue dando vueltas, tendrá una tapa amarilla y verde. Aunque quizás no. Quién sabe.

Lo que parece mentira es que nunca leí completo El hombre ilustrado.  Teníamos en casa un ejemplar partido al medio del que conservábamos una sola de las mitades, y eso fue lo que leí. También eran cuentos. Los cuentos que dos tipos podían ver desarrollarse bajo sus ojos en forma de tatuajes (ilustraciones) móviles o vivientes o lo que sea sobre la piel de un vagabundo que creo que al final los mata. Puede ser que más tarde haya conseguido un ejemplar completo, pero se me había pasado la bradburytis. Quizás está en la biblioteca de mi hijo, quizás no.