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viernes, 25 de agosto de 2023

Manuel Scorza: REDOBLE POR RANCAS. Marcatinco, Huamán Poma II: CHOTANOS. BANDOLEROS Y JUSTICIEROS

Me la regaló en

Sondondo el Papito.


Si hace unos días describí Serenata mortal como una buena novela mal escrita, Chotanos, del escritor salvaje peruano Huamán Poma II, es el alfa y el omega de eso, de alguna manera. Obviando la terrible e inasumible ausencia de un profesional que corrigiera durante algunas horas, fundamentalmente, la puntuación de la novela, Chotanos se lee rápido y bien. Trata acerca de un grupo de rebeldes que se alzan contra la injusticia y los abusos en la sierra peruana, y acaba mostrando su unión con Haya de la Torre. 

Redoble por Rancas, como seguramente sabía la gente menos ignorante que yo desde hace mucho tiempo, es un despliegue contundente de belleza estilística publicada tres añitos después de Cien años de soledad. Realismo mágico y denuncia social, que lo suyo es que vayan de la mano. Scorza también describe la lucha de unos campesinos contra la opresión pero, sobre todo, la guerra del estado peruano contra sus propios ciudadanos, lo cual es el tema principal de la novela.

Huamán Poma II tiene en su haber varias novelas más, entre ellas una de título cautivante, El rostro fiero del paraíso, que dios sabe que me habría gustado comprar en Perú si la hubiera encontrado. Redoble por Rancas pertenece al ciclo de cinco novelas La guerra silenciosa, que seguramente acabaré leyendo entera. 


La compré en un local

de venta de objetos

de segunda mano

en Villa el Salvador.


miércoles, 9 de agosto de 2023

Laura Ladrón de Guevara: Serenata mortal

Me lo compré de segunda mano

en Villa el Salvador, Perú.


Serenata mortal
es una buena novela mal escrita. Se nota que la historia ha rondado a su autora años, quizás décadas, y finalmente la escribió sin haber contado con años y décadas de escritura de ficción previa y consistente entre pecho y espalda. Y por eso está plagada de errores y malas decisiones de los que uno se va quitando de encima solamente después de haber escrito mucho.
Pero la novela es buena. Gana por puntos ―y eso está bien, así pueden ganar las novelas.
La historia transcurre en Cuzco, nos cuenta el ascenso y caída de un personaje siniestro, Mariano Perea, desde la más absoluta miseria y desamparo, como hijo ilegítimo, hasta la opulencia y lo que pasa al final.
El protagonista se va quitando de encima sin mayores esfuerzos a toda una serie de personajes secundarios que desaparecen sin más de su vida. Y ese es uno de los puntos fuertes de la novela, la forma que sus personajes desaparecen de la vista del lector de forma simultánea, prácticamente, a cómo desaparecen de la vida del protagonista.
La novela tiene momentos de bastante belleza y verdad. Por ejemplo, la escena en que se describe la muerte del padre del protagonista, de quien nos da un desarrollo de su personalidad del todo consistente, y nos queda claro que ni se conoce a sí mismo, ni puede lidiar con la vida sin objetivos verdaderos que vive.
Vale la pena leer la entrevista a la autora, una mujer con un pasado de lucha solitaria y fascinante en pos del quecua, y muy consciente de con qué bueyes ha arado toda la vida. También escribió Cuentos cuzqueños, que si lo encuentro lo voy a comprar.

domingo, 19 de febrero de 2017

Mario Vargas Llosa: LA GUERRA DEL FIN DEL MUNDO

Era de mi viejo.
Creo que solamente una vez conversé con alguien acerca de este libro. El tipo era un librero del parque Centenario y, si no recuerdo mal, me dijo que la lectura de La guerra del fin del mundo había sido una fiesta. La imagen no me la olvidé más, y la usé algunas veces. La lectura como fiesta. Si todo puede ser leído, analizado "como un texto", la lectura bien puede ser una fiesta.

La novela fue una fiesta, sí, sin lugar a dudas. La leí hace unos veinte años, y me introdujo de lleno en un mundo sórdido y letal, el de la conocida como guerra de Canudos, un enfrentamiento entre el gobierno brasileño y unos fanáticos religiosos desheredados comandados por un santón. Después de decenas de miles de muertos, ganó el gobierno.

La guerra del fin del mundo fue una fiesta, y además me cambió el estado de ánimo mientras la leía. El desenlace iba a ser tan dantesco, se lo veía venir tan apocalíptico, que viví un poco más apesadumbrado que de costumbre por aquellos días. ¿Y qué otros libros me cambiaron el estado de ánimo mientras los leía? Cien años de soledad y El mundo es ancho y ajeno, que yo recuerde.

Vargas Llosa plagó la obra de personajes desaforados, inolvidables. Y se solaza engradeciéndolos o destruyéndolos. Es especial la saña con que pulveriza a Galileo Gall, un anarquista europeo que parece lleno de ideales pero que, meticulosamente, el escritor se encarga de ir desmontando como una alcachofa abichada: lo transforma en un pelele asqueroso y traicionero; después lo mata sin pena ni gloria.

O sea, La guerra del fin del mundo es una fiesta a pesar de este tipo de cosas que huele a rancio y posmo a partes iguales, esta cosa tan aburrida y previsible de reírse siempre de lo mismo que les entra a los que aseguran reírse de todo.


No creo que fueran baratos los ejemplares de Summa Literaria que mi viejo iba comprando en Buenos Aires mientras yo era chico.Mi abuelo también se ve que los compraba, pero en una edición algo más lujosa. En fin, no se pudo rescatar toda la biblioteca familiar cuando del lado de acá nos vinimos al lado de allá, pero el libraco que traía esta novela e Historia de Mayta me lo traje conmigo. Y creo que no llegué a deshacerme de ningún libro de Vargas Llosa, a excepción, quizás, de Lituma en los Andes, que me pareció una trampa de mal gusto demasiado indigesta: una novela presentada en forma "anónima" al Premio Planeta pero con el nombre de uno de los personajes más conspicuos del narrador peruano ocupando lugar primogénito en el título. Un poco como demasiado cínico para mi gusto, sobre todo si la novela no es gran cosa.

domingo, 1 de enero de 2017

Martín Adán: LA CASA DE CARTÓN

Antes quitaba las
sobrecubiertas a los libros.
Hace tiempo que no lo hago...

Es lo que hay


A mí la literatura peruana me vuelve loco, por lo que estaba bastante desesperado por hacerme con un ejemplar de La casa de cartón, una novela de Martín Adán publicada en Lima en 1928. El que me traje de Perú, una edición del periódico El Comercio con abundante aparato crítico, lo conseguí con un 2x1 de esos en un puesto de libros usados del jirón ¿Amazonas? Si no recuerdo mal, dos libritos de Cátedra me costó el del peruano.

¿Cómo se acomete la lectura de La casa de cartón


La del artista antes conocido como Ramón Rafael de la Fuente Benavides es una prosa exquisita. Porque el tipo era poeta, y se nota. El texto está dividido en distintas secciones más y menos largas, separadas por un espacio en blanco y sin títulos. Cada una de estas secciones es, normalmente, una gozada en la que cada detalle es detallista, en fin, que hay que dedicar la más plena atención a lo que se tiene entre manos (estar en lo que estás ahora se llama mindfulness, entendámonos). Como si de un cuento o de una poesía se tratara.

¿Y entonces por qué se me ha caído de las manos tantas veces si está tan buena? Me parece a mí que es porque he acometido contra ella la peor de las estrategias lectoras. Está bien que La casa de cartón es una novela, pero no parece que se la pueda leer como tal por más que se intente. Porque si el precio a pagar es quedarse bocabadado ante la impotencia propia de no disfrutar algo que está muy bueno, menudo negocio.

A mí, pues, La casa de cartón me agobia, me da más de lo que puedo digerir en cada sentada, y es culpa mía.

***

Escribir una  novela obsesionada con Lima a la vez que perfectamente despreocupada de la miseria o la justicia social implica un acto de honestidad indudable. La gente se muere de hambre al lado tuyo, pero lo único que merece la pena es la literatura inglesa y esas cosas. No puede haber cinismo en eso, no hay hipocresía ni buscándola. ¿Qué más se le puede pedir a un poeta cuya pluma es maravillosa que la ausencia de postureo, que la honestidad más brutal?

A mí esa divina sinceridad de Martín Adán es lo que más lastra mi lectura de su obra, todo sea dicho. Llega un punto en el que desfile sistemático de todo le chupa un huevo llega a llenarme los propios.

Y estamos hablando de un autor a quien, para variar, la realidad le estalló en la cara hasta matarlo miserablemente.

domingo, 21 de agosto de 2016

Enrique Congrains Martín: KIKUYO y LIMA, HORA CERO

Conseguido en el jirón Amazonas (Lima).
Kikuyo (1954) y Lima, hora cero (1955) son los dos únicos libros de cuentos que publicó el recientemente fallecido Enrique Congrains Martín, el escritor que inauguró el realismo urbano peruano.

Congrains no hizo con sus cuentos lo mismo que con sus novelas, que después de estar callado literariamente durante décadas publicó dos más, y bien abundosas, pocos años antes de morir. Por fuera de "Domingo en jaula de estera", un texto que no pertenece a estos volúmenes sino que suele publicarse en antologías, no hay nada.

¿Verdad que Lima, hora cero tiene un título fascinante? El libro es cortito, 120 páginas en mi edición peruana de Populibros de vaya a saber qué año. Son cuatro cuentos, relatos o novelitas: "Lima, hora cero"; "Los Palomino"; "El niño de junto al cielo" (en miles de antologías aparece este cuento, es un predilecto de los docentes de Literatura en el Perú) y "Cuatro pisos, mil esperanzas".

Yo creo que a la hora de elegir un final tremebundo (si dejamos de lado el gore, que es intemporal e insensible, algo así como una versión cutre del arte por el arte que hunde sus raíces en la noche de los tiempos), los autores tienen dos tipos posibles de ellos: los que castigan la rebeldía del protagonista o los que denuncian (rechazan, se repugnan de ella...) la sociedad que acaba de ser representada. Nada tiene por qué ser explícito ni consciente. Ni tan siquiera eficiente, porque perfectamente se quiere hacer una cosa y se acaba haciendo la contraria (si no me creen, pregúntenle a Eco). Pero las opciones no me parece que sean más que éstas.

Los cuentos de Congrains están plagados de finales más y menos tremebundos. Sus protagonistas son rebeldes todo lo que les da el cuero, y no suelen salirse con la suya. Congrains, qué duda cabe, está de parte de sus protagonistas, desheredados de las miles de tierras que rodean Lima y que han ido a parar allí para ser bien masticados.

¿Qué problema hay en que un escritor esté de parte de sus personajes? Y sí, por momentos lo de Congrains es excesivo, a veces se pone un poco maniqueo o sensiblero. Pero también es cierto que por todos lados uno se encuentra pasajes que te dejan con esa sensación de que acaban de contarte algo que es una verdad como una casa. Por no hablar de su envidiable talento para crear personajes femeninos:

—¿Qué harías si necesitas tres mil soles, si los necesitas urgentemente; qué harías para conseguirlos, Rosa? —preguntó el doctor mientras se abrochaba la camisa.
La muchacha seguía desnuda en la cama, y parecía semidormida.
—¿Qué?
—Te digo que si estuvieras en el caso de conseguir tres mil soles, tres mil soles para operarte urgentemente, ¿qué harías?
—Ah... francamente, no sé. Nunca he imaginado que pueda llegar, para mí, ese caso. ¿No tienes sueño? ¡Ah, qué rico sueño, qué ganas de dormir tengo!
Bostezó, abriendo sin medida la boca y se desperezó.
—Ahora, después, sí me da vergüenza que me veas desnuda... ¿por qué será, no?
—Tápate, entonces —aconsejó.
Intentó hacerlo, pero inmediatamente tornó a descubrirse.
—¡Qué ridículo! ¡Ni que nos hubiéramos acabado de conocer! —volvió a bostezar y se sentó sobre la cama. Examinó sus senos y luego dijo:
—Me gustaría esconderme en tu casa y oír lo que conversas con tu mujer.
—Sería interesante... —repuso el doctor mientras terminaba de vestirse. 

No sé otros, pero a mí ese "bostezó, abriendo sin medida la boca" me da bastante envidia. Y hallazgos así hay muchos.

Comprado en Mercado Libre (Perú).
Kikuyo toma su nombre del primero de los tres cuentos o novelitas que ocupan las 136 páginas de mi edición limeña del Círculo de Novelistas Peruanos. Los otros dos son "Anselmo Amancio" y "Pucallpa", en el que se permite la mayor audacia estilística que le conozco al autor, que consiste básicamente en repetir algunas palabras significativas, significándolas más con ello:


Las largas largas del capataz del aserradero lo depositaron a unos centímetros de ella, y ella no supo más que cobijar su mirada en la arena y pedirle a la selva que Ramón, muy pronto, prontito, llegara pronto...

—¡Mi pantalón!
gritó él, así de súbito.
Se iban las dos largas largas piernas de tela; ella las había olvidado y el río río, en vez de traer la sonrisa y los dientes, se llevaba el pantalón...
Elena dio dos saltos y se hundió en las aguas. Él no hacía nada, observaba no más, y tal vez pensaba, tal vez. El pantalón estaba muy lejos, ya. Elena, tambaleante, desilusionada, comenzó a volver a la orilla: el fustán empapado y la carne carne carne, clara tierna, dibujada, tentadora, así de tentadora...



De las páginas 312 y 313 de Mucha suerte
con harto palo
, de CiroAlegría (Buenos Aires: Losada, 1976).
Yo no sé quién escribió en la pestaña de la contratapa, seguramente Congrains mismo, que el autor "nos ofrece en sus relatos una limpia prosa intuitiva sin retorcimientos barrocos ni pretensiones de estilística", pero yo discrepo. Y menos mal que Congrains sí que estuvo atento a esas pretensiones de estilística, porque de otra manera no podría haber escrito No una, sino muchas muertes, una novela que se lee con premura y que por todos lados tiene pasajes verdaderamente bien escritos. Tipos como Ciro Alegría, un gran escritor e intelectual por otra parte, deploraba lo que detectaba como excesos (vicios, vanidad...) en la obra, por ejemplo, de Ramón del Valle-Inclán, a quien comparaba con Pío Baroja para señalar los valores de éste frente a los desastres de aquél. José María Arguedas, en carta con Congrains, le reprocha que "no [comprende] cómo tu deseo de modernizar o de refinar tu estilo ha podido llevarte al extremo de retorcerlo hasta comprometer tan gravemente una obra maravillosa". Parece claro, pues, que Congrains sabía bien cómo estaba el patio literario, de qué tipo de críticas tenía que intentar ponerse a salvo.
Kikuyo en un pueblo de Ayacucho

El kikuyo es una mala hierba, algo que parece inventado por el mismo diablo para joder a quienes tienen la poca fortuna de que aparezca en sus campos. Para mis ojos de turista gringo, el kikuyo aparece realmente bonito sobre las laderas de los cerros escalonados de los andes peruanos, porque lo cubre todo de verde, pero los que tienen que luchar contra él y su medio metro de raíces, su capacidad de aguantarlo todo, los herbicidas que ella misma produce para joder al resto de plantas que puedan competir por el suelo, el agua, el sol... Los animales no lo prefieren, pero pueden comerlo. Lo cual es un algo que es algo. Ya si lo que se quiere es erradicarlo para poder sembrar choclos o alfalfa, es otro cantar, un trabajo bien duro.

Es a partir de estas características que Congrains escribe el cuento homónimo. Los pobladores de un pueblo de la sierra descubren, como quien ve caer sobre su cabeza una plaga bíblica, que hay kikuyo en el campo de uno de ellos, y el drama humano comienza. Y acaba en un final que si fuera el del primer capítulo de una novela uno podría decir "bien, a ver qué sigue", pero no es el caso. 

¿Es un spoiler imperdonable revelar que, al final, cuando ya todos creen haber erradicado el kikuyo mediante un método radical y que ha destrozado las relaciones entre los vecinos, pues que aparece kikuyo en otro campo? ¿Verdad que no? Imperdonable es que Congrains se haya permitido ese final, en todo caso, y eso que sólo tenía veintipoquitos años cuando lo escribió. 

Pero en fin, si uno lee a Congrains tiene que saber que es posible que aquí y allá se encuentre con ese tipo de cosas, y que hay que apechugar. Lo que sí lo ha escrito bien justifica las pifias.