domingo, 19 de febrero de 2017

Mario Vargas Llosa: LA GUERRA DEL FIN DEL MUNDO

Era de mi viejo.
Creo que solamente una vez conversé con alguien acerca de este libro. El tipo era un librero del parque Centenario y, si no recuerdo mal, me dijo que la lectura de La guerra del fin del mundo había sido una fiesta. La imagen no me la olvidé más, y la usé algunas veces. La lectura como fiesta. Si todo puede ser leído, analizado "como un texto", la lectura bien puede ser una fiesta.

La novela fue una fiesta, sí, sin lugar a dudas. La leí hace unos veinte años, y me introdujo de lleno en un mundo sórdido y letal, el de la conocida como guerra de Canudos, un enfrentamiento entre el gobierno brasileño y unos fanáticos religiosos desheredados comandados por un santón. Después de decenas de miles de muertos, ganó el gobierno.

La guerra del fin del mundo fue una fiesta, y además me cambió el estado de ánimo mientras la leía. El desenlace iba a ser tan dantesco, se lo veía venir tan apocalíptico, que viví un poco más apesadumbrado que de costumbre por aquellos días. ¿Y qué otros libros me cambiaron el estado de ánimo mientras los leía? Cien años de soledad y El mundo es ancho y ajeno, que yo recuerde.

Vargas Llosa plagó la obra de personajes desaforados, inolvidables. Y se solaza engradeciéndolos o destruyéndolos. Es especial la saña con que pulveriza a Galileo Gall, un anarquista europeo que parece lleno de ideales pero que, meticulosamente, el escritor se encarga de ir desmontando como una alcachofa abichada: lo transforma en un pelele asqueroso y traicionero; después lo mata sin pena ni gloria.

O sea, La guerra del fin del mundo es una fiesta a pesar de este tipo de cosas que huele a rancio y posmo a partes iguales, esta cosa tan aburrida y previsible de reírse siempre de lo mismo que les entra a los que aseguran reírse de todo.


No creo que fueran baratos los ejemplares de Summa Literaria que mi viejo iba comprando en Buenos Aires mientras yo era chico.Mi abuelo también se ve que los compraba, pero en una edición algo más lujosa. En fin, no se pudo rescatar toda la biblioteca familiar cuando del lado de acá nos vinimos al lado de allá, pero el libraco que traía esta novela e Historia de Mayta me lo traje conmigo. Y creo que no llegué a deshacerme de ningún libro de Vargas Llosa, a excepción, quizás, de Lituma en los Andes, que me pareció una trampa de mal gusto demasiado indigesta: una novela presentada en forma "anónima" al Premio Planeta pero con el nombre de uno de los personajes más conspicuos del narrador peruano ocupando lugar primogénito en el título. Un poco como demasiado cínico para mi gusto, sobre todo si la novela no es gran cosa.

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