domingo, 1 de enero de 2017

Martín Adán: LA CASA DE CARTÓN

Antes quitaba las
sobrecubiertas a los libros.
Hace tiempo que no lo hago...

Es lo que hay


A mí la literatura peruana me vuelve loco, por lo que estaba bastante desesperado por hacerme con un ejemplar de La casa de cartón, una novela de Martín Adán publicada en Lima en 1928. El que me traje de Perú, una edición del periódico El Comercio con abundante aparato crítico, lo conseguí con un 2x1 de esos en un puesto de libros usados del jirón ¿Amazonas? Si no recuerdo mal, dos libritos de Cátedra me costó el del peruano.

¿Cómo se acomete la lectura de La casa de cartón


La del artista antes conocido como Ramón Rafael de la Fuente Benavides es una prosa exquisita. Porque el tipo era poeta, y se nota. El texto está dividido en distintas secciones más y menos largas, separadas por un espacio en blanco y sin títulos. Cada una de estas secciones es, normalmente, una gozada en la que cada detalle es detallista, en fin, que hay que dedicar la más plena atención a lo que se tiene entre manos (estar en lo que estás ahora se llama mindfulness, entendámonos). Como si de un cuento o de una poesía se tratara.

¿Y entonces por qué se me ha caído de las manos tantas veces si está tan buena? Me parece a mí que es porque he acometido contra ella la peor de las estrategias lectoras. Está bien que La casa de cartón es una novela, pero no parece que se la pueda leer como tal por más que se intente. Porque si el precio a pagar es quedarse bocabadado ante la impotencia propia de no disfrutar algo que está muy bueno, menudo negocio.

A mí, pues, La casa de cartón me agobia, me da más de lo que puedo digerir en cada sentada, y es culpa mía.

***

Escribir una  novela obsesionada con Lima a la vez que perfectamente despreocupada de la miseria o la justicia social implica un acto de honestidad indudable. La gente se muere de hambre al lado tuyo, pero lo único que merece la pena es la literatura inglesa y esas cosas. No puede haber cinismo en eso, no hay hipocresía ni buscándola. ¿Qué más se le puede pedir a un poeta cuya pluma es maravillosa que la ausencia de postureo, que la honestidad más brutal?

A mí esa divina sinceridad de Martín Adán es lo que más lastra mi lectura de su obra, todo sea dicho. Llega un punto en el que desfile sistemático de todo le chupa un huevo llega a llenarme los propios.

Y estamos hablando de un autor a quien, para variar, la realidad le estalló en la cara hasta matarlo miserablemente.

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