domingo, 30 de abril de 2017

Ray Bradbury: EL PAÍS DE OCTUBRE (y un poco de EL HOMBRE ILUSTRADO)

¿Qué me queda de El país de octubre? Me queda un poso o algo así de sabiduría o algo así. Bastante miedo a volver a leerlo después de, digamos, unos veinte años. Me queda un agotamiento con respecto a Bradbury después de haber intentado leer todo, absolutamente todo lo que había escrito, y quizás cansarme o decir basta en Las doradas manzanas del sol o en La bruja de abril y otros cuentos. También innumerables pedacitos de días en los que me acuerdo, vaya uno a saber por qué, del cuento "La guadaña", no de su nombre pero sí de cuál era la neda. Me quedan estos últimos días en los que pensaba en un cuento de una especie de demonio del viento que se la había agarrado con un tipo y que al final lo mata, y no me acordaba de que era de Bradbury ni de que era de esta colección, hasta que se me prendió la lamparita.

No me queda el ejemplar de Minotauro viejísimo, de cuando Minutauro era una editorial argentina, que teníamos antes de venirnos y que no sobrevivió a la mudanza internacional. Ahí se quedó, en Buenos Aires, vaya uno a saber con quién.

Eran cuentos oscuros los de ese libro. Sé que me gustaron muy a pesar mío, porque yo lo que quería era que Bradbury me contara cosas de ciencia ficción. Pero las historias eran poderosas, aparte de oscuras, y en su momento me encantaron. Ahora andá a saber; ya no puedo, como ayer, (re)leer sin presentir.

Hubo una época que se me dio por ponerle tapas hechas por mí a mis libros. Y ahí se fueron todos mis libros de Minotauro, la tapa a tomar viento (eran de un cartón malísimo que se rompía con el tiempo), y vengan tapas verdes y amarillas de cartulina que yo les hacía con tesón digno de mejor o igual causa. Supongo que mi El país de octubre, si sigue dando vueltas, tendrá una tapa amarilla y verde. Aunque quizás no. Quién sabe.

Lo que parece mentira es que nunca leí completo El hombre ilustrado.  Teníamos en casa un ejemplar partido al medio del que conservábamos una sola de las mitades, y eso fue lo que leí. También eran cuentos. Los cuentos que dos tipos podían ver desarrollarse bajo sus ojos en forma de tatuajes (ilustraciones) móviles o vivientes o lo que sea sobre la piel de un vagabundo que creo que al final los mata. Puede ser que más tarde haya conseguido un ejemplar completo, pero se me había pasado la bradburytis. Quizás está en la biblioteca de mi hijo, quizás no.

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