domingo, 21 de mayo de 2017

Cinzia Medaglia: MISTERO IN VIA DEI TULIPANI

Éramos tan pobres...
Umberto Eco decía que la lectura puede subvertir un texto hasta el punto de transformar una obra reaccionaria en revolucionaria, o más o menos. Lo dijo al menos en Lector in Fabula, pero seguramente en más lugares. Ponía ejemplos, también.

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¿Qué me deja Mistero in Via dei Tulipani? Por lo pronto, unos treinta minutos más, entre pecho y espalda, de estudio o práctica o adiestramiento o lo que sea de italiano, que se agradece. Me deja, también, otra historia más con un misterio y un romance en mi periplo lingüístico, lo que ya no agradezco tanto.

Supongo que una forma tan buena como cualquier otra de parir libritos como churros es la fórmula del misterio/romance, eso no lo dudo, y seguramente esa cosa le producirá algo así como orgasmos mentales a tipos que entiendan la literatura como dice que la entiende César Aira. Qué duda cabe. Pero a tipos como yo me acaba llenando un poco los cataplines. Y si ese tipo como yo los hubiera leído con 15 o 18 años (y no ahora que estoy viejo y cansado y sueño mil veces las mismas cosas y las contemplo sabiamente), en fin, qué te voy a contar. La falta de respeto me hubiera lacerado el alma, su estallido (del alma), se abría producido en clase y contra la o el profesor/a de italiano que me hubiera hecho leer dos libros seguidos misterio/romance. Por suerte no fue el caso.

¿Qué visión precaria y arenosa de la psicología adolescente tienen los editores de libritos para estudiantes de lengua, carajo? ¿Siempre hay que tirarles por la cabeza la misma historia con distinto rostro?

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Entonces, ¿cuándo me lo pasé bien? Por ejemplo, cuando los dos protagonistas se ponen a hablar de los ojos de una sospechosa y vecina, la señora Bianchi. Para el chico, la mujer tiene grandes y verdes ojos de gata; para la chica, que los describe primero, tiene ojos propiamente de loca. Y después le explica al prota que "ustedes los hombres no se dan cuenta porque es una mujer muy bella". El tema queda ahí hasta que, pocas páginas después, el prota cae en cuenta de que la señora Bianchi tiene efectivamente ojos de loca: ha necesitado que la vecina los apunte a ambos con una pistola, dispuesta a reventarlos y de un solo balazo de ser posible, para darse cuenta de ello. Nunca es tarde si la dicha es buena.

Es en los intersticios del tópico serial donde yo encuentro los placeres del texto, y se lo debo exclusivamente a quien lo ha escrito de su puño y letra. Es una forma tan buena como cualquier otra de desvelar la trama de una historia, pero la que atañe a su zurcido invisible. No sé si hay amor u orgullo u oficio o hallazgo o lo que sea en esos detallitos desperdigados acá y allá en estos libros para estudiantes, pero es lo que yo agradezco.

Porque son como chaplinadas intercaladas en medio de los engranajes (digámoslo así). Y porque se las debo, exclusivamente, a quien se ganó las lentejas escribiendo el librito, lo que me parece perfecto y de justicia y señal de que los muertos que vos matáis gozan de buena salud.

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