lunes, 17 de octubre de 2016

Xavier Pericay y Ferran Toutain: VERINOSA LLENGUA; Manolo Gimeno Juan: El lexic valencià proscrit a través dels classics


Alguna vez los tuve.
Hay quien dice que se murió el autor y, con esa premisa en mente, es decir, sin tener casi ni repajolera idea de quiénes serán Xavier Pericay y Ferran Toutain —¡y que no se me importara un pito!— me puse a leer Verinosa llengua, un ensayo sobre el proceso de normalización lingüística del catalán que tiene en Pompeu Fabra su figura señera. 
 
Yo, en el fondo, aparte de que nunca me quedó claro qué podía ser eso, eso de que se murió el autor no me lo creo demasiado. Además, ya tenía alguna información sobre el tipo de críticas se le había hecho a este libro, por lo que me interesé un poco más por sus autores y descubrí en internet que ambos militan actualmente en Ciudadanos. Y entonces mucho de lo que, a priori, me estaba sonando bien, me generó una desconfianza de esas que te harían preguntarte de qué forma te la están metiendo doblada si no supieras que la misma pregunta lo responde: ¿de qué forma?: doblada, hombre, que te lo están diciendo. Como el caballo blanco de Santiago.

Las premisas lingüísticas de las que parten los autores me suenan muy bien si las pienso en relación al castellano. Quiero decir, mucho de lo que hoy se nos tira por la cabeza, desde la RAE, como simple normativa hipermegalógica y por nuestro bien, en realidad es ideología. Y es por eso que a la RAE se entra igual que a un club de caballeros. De bolitas blancas y negras va la cosa. Porque lo que verdaderamente importa en esa organización política que no lingüística es el poder fáctico de la lengua, su rol como sostén hegemónico. Y, además del lógico odio que tienen esos prohombres de la tolerancia contra cualquiera que les sople en la oreja, algún etcétera más que se me olvide por ahí.

En fin. A lo que íbamos: Pericay y Toutain afirman, a grandes trazos, que lo ideológico es lo único que importa a quienes, por esa época, estaban construyendo la norma del catalán. Lo ideológico al servicio del nacionalismo, quiero decir. Del nacionalismo que sí se puede señalar en España como nacionalismo, quiero decir. Y que era por eso que prohibían palabras y construcciones, sobre todo si eran o parecían demasiado castellanas. Y que si había que desautorizar a Fabra se lo desautorizaba. Tergiversándolo o no, eso no importaba: la clave será que nadie debía darse cuenta.

Hasta aquí todo más o menos creíble, al menos explicado en forma clarita. Yo qué se, no soy lingüista ni nada que se le parezca. Pero el autor no se murió y estos tipos son altos cargos de Ciudadanos, uno en Cataluña y otro en Baleares. Y si es cierto que el ad hominem como argumento es una falacia, no lo será tanto cuando de lo que se trataba era de defenderse. Quiero decir, si alguien se sube a un ring con Mike Tyson lo mejor es que no se le olvide de que se está subiendo a un ring con Mike Tyson. 
 
Y cuando se leen libros, tres cuartos de lo mismo. 
 
El autor no se murió nada.

Y entonces la pregunta era pertinente: ¿de qué forma me la estaban metiendo doblada? Y me di cuenta de que las sensaciones leyendo Verinosa llengua eran muy parecidas a las que había sentido, varios años antes, al leer El lexic valencià proscrit a través dels classics, un libelo editado por una organización militante blavera. Son las mismas por dos motivos: una, porque en los dos textos se señalan como proscritas o censuradas una serie de palabras que, al momento de leer ambas obras, las podía ir descubriendo recogidas ya con absoluta normalidad en los diccionarios académicos del catalán (el DIEC y el DNV); otra, que siempre, siempre y más siempre estas palabras no recogidas o expresamente desautorizadas lo estaban porque había un contubernio judeomasónicocomunistapancatalanistaperrofláuticopodemitaETAchavista que así lo había decidido después de la risotada y el frote de palmas. Pero también hay una diferencia fundamental, aunque no sorprendente: mientras que para Pericay y Toutain son los pancatalanistas quienes se sirven del catalán medieval para catalanizar, el autor del libelo blavero subvencionado por la Generalitat Valenciana se sirve a su vez del catalán medieval (“el léxico genuinamente valenciano” de los Ausiàs March, Jordi de Sant Jordi, Vicent Ferrer y compañía) para remarcar eso “genuinamente valenciano” en contraposición, por supuesto, del catalán.

Y después me cayó la ficha de que Pericay y Toutain defienden la tesis de que todo, absolutamente todo el catalán es válido y merece formar parte de la norma. Para entendernos, que la normalización del catalán sólo va a poder producirsea través del uso sin restricciones de la lengua”.
 
Que todo vale. 

Y ahí está el quid de la cuestión, porque si hay, y desde luego ya había en 1987, poderosos movimientos para destruir el catalán desde adentro, serán precisamente los distintos todo vale de los separatismos lingüísticos impulsados fundamentalmente por la ultraderecha valenciana pero también desde Baleares. 
 
Es cierto que aquí y allá los autores recuerdan que existen allá y acullámalentendidos peligrosos” e “intereses políticos contrarios a la unidad de la lengua”. Pero la única preocupación de los autores sobre este tema se refieren en tanto se mezclan con temas nacionales. Y su juicio es claro: los culpables de los separatismos lingüísticos son los pancatalanistas. Y a otra cosa, papallona.

Es cierto también que uno podría intuir e incluso perdonar esta falta de perspectiva o de atención al conjunto del mapa de la lengua porque ya sabemos que para los catalanes todo lo que pase fuera del Principado, a pesar de que suceda en el resto de los Países Catalanes, poca atención les merece. Pero la bula del desinterés no cuela, los autores se las saben todas y tanto como el que más, son lingüistas reputados y, por si fuera poco, ellos sí se permiten señalar con el dedo la “autocontemplación”, el “tener un único referente, la propia colectividad” el “mirarse el ombligo” que añade a lápiz con letra menuda y redonda una anterior propietaria del ejemplar que tenía en casade quienes son objetivo de su crítica. 
 
No se puede afirmar que el todo vale lleve irremediablemente a la ruptura de la unidad de la lengua, pero desde luego sí que va directamente y quizás sin escalas en esa dirección. Y los autores lo saben. Tienen que saberlo. Y los frutos de sus tesis, ya sean magnolias o pasas de higo, no puedo más que creer que los dejan perfectamente indiferentes: así funciona, según mi leal saber y entender, si uno es alto cargo de Ciudadanos.

Y así lo dejo reseñado, pues, ya que tal ha sido mi lectura, y el lector es el rey.

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