sábado, 21 de abril de 2018

Federico García Lorca: ROMANCERO GITANO

Hace unos días me compré, en una casa de empeños, una aviejada edición mexicana del Romancero gitano y de Poeta en Nueva York, con la "Oda a Salvador Dalí" intercalada.

En Argentina, creo, tuve dos veces el Romancero gitano. Una, en fotocopias, la otra de Losada. Ahora tengo en casa una de Losada diferente a la que tenía en Buenos Aires. La edición, de la imprenta que tenía mi abuelo en Colegiales. Después vendida en una librería de Madrid, según se intuye de una estampillita pegada en las últimas páginas. Finalmente, a mis manos que llegó, no recuerdo cómo.

Ya leí varias veces este poemario. Siempre cautivador y sorprendente, siempre haciendo que me reconcilie un poquito con mi mala memoria que permite que vuelvan a impactarme como primeras veces las animaladas sublimes que García Lorca escribía.

Cervantes virtual tiene una versión en línea de este libro, cuyos derechos de autor expiraron antes de lo que deberían por obra y gracia de los que, posteriormente, fundaron el Partido Popular.

Me da bastante pudor ponerme a repetir como lorito lo que he ido aprendiendo porque alguien me lo enseñó acerca de la poesía de Lorca. Básicamente, hay que estar atentos al color verde y a la luna. A todo símbolo fálico, a cualquier fluido corporal no del todo asqueroso. "Verde que te quiero verde" lo conocen hasta los perros, y a todos les gusta. Lo he escuchado mientras lo cantaban de forma gozosa, porque "verde que te quiero verde" es inspirador y evocativo, porque el verde recuerda la vida, su nacimiento y su pujanza, y porque está metido ahí en el medio el amor, la querencia. Pero el verde, según me han contado y yo me lo creo, es la muerte avanzando sobre un cuerpo que se va pudriendo en el fondo de un aljibe, apenas sostenido por el agua quieta y que la madrugada congela en parte. Y la muerte, espolvoreándolo todo bajo una capa de virutas de estaño, que lo extraña todo. 

Calculo yo que al Romancero gitano hay que leerlo regularmente, cumplir un ritual vital, buscar un ritmo propio que dure algunos años, y dejar de leerlo cuando uno ya esté viejito. Ahora y en la hora e mi muerte, básicamente.

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